jueves, 18 de agosto de 2011

En las nubes

Cuenta Beaumont Newhall, en su Historia de la fotografía, que Alfred Stieglitz, ante la atribución del mérito de sus fotografías a una suerte de poder hipnótico sobre los que posaban para él, decidió elegir un tema sobre el que no había control posible: el cielo y las nubes.
“Quise fotografiar nubes para descubrir qué es lo que había aprendido sobre la fotografía en cuarenta años. A través de las nubes, para establecer mi filosofía de vida, para demostrar que mis fotos no se debían al tema, ni a privilegios especiales: las nubes están allí para todos, todavía no hay impuestos sobre ellas: son gratuitas.”, afirmó Stieglitz.

Las ‘Equivalencias’ de Stieglitz, y los cuadros de Fernando Romero comparten la capacidad para deleitarnos a primera vista por la belleza de su forma, una forma abstraída de cualquier significación ilustrativa. En ambos, el espectador no deja de advertir por un solo instante qué es lo que se ha fotografiado o pintado, pero de inmediato se comprende que la forma que deleita al ojo es significativa. Ambos se apoderan de lo cotidiano y lo dotan de nuevos sentidos, de una significación especial, mediante el sello de una mirada.
Pese a la evidentes concomitancias, Fernando Romero no es en la fotografía de Stieglitz donde encuentra sus referencias sino en la línea establecida por Robert Rosenblum que va desde el romanticismo alemán de Caspar David Friedrich a los paisajes de los expresionistas abstractos americanos como Mark Rothko, y se continua en sus epígonos, Anselm Kiefer y Gerhard Richter.
Ecos que van desde lo meramente formal (horizonte bajo, el protagonismo de los amplios cielos, la ausencia de un foco particular) al gusto por los paisajes trascendidos que mantiene abierto el debate sobre los limites de la retórica de lo sublime, con el armonioso balance de masas, de luz y sombra, y el instante fugaz, eterno, como protagonistas.
Tampoco es casual que el propio pintor hubiera pensado la inclusión de este texto de Mark Rotkho, en el catálogo de la exposición:
“Ni la acción ni los actores pueden preverse, ni describirse por anticipado. Comienzan como una aventura desconocida en un espacio desconocido. Es en el momento de la consumación cuando, en un destello de reconocimiento, se ve que han adquirido el peso y la función que se pretendía. Las ideas y los planes que existían en la mente al comienzo eran simplemente la puerta de salida por la que uno abandona el mundo donde suceden.”
Si en su primera individual Silencios de tormenta se podían detectar formas de pintar próximas a Anselm Kiefer, su última producción está marcada por la impronta de Gerhard Richter. Con él comparte una base fotográfica sometida a un minucioso proceso de selección que convierte a la fotografía en un instrumento para corregir su propia forma de mirar. La fascinación por el paisaje, no sólo como representación ilusionista de la realidad, sino sobretodo como ficción. La pintura como el medio capaz de dar forma y poner al alcance algo no visual e incomprensible.

En su pintura Fernando Romero muestra instantes de tránsito, estados fugaces, flujos eternos, un tiempo a la fuga, el latido imperceptible del paisaje, el recuerdo imborrable de cuando nada sucede…
Y en todos sus cuadros, bandas de color nos señalan que lo que estamos viendo no es una nube, no es una montaña, no es un árbol, ni siquiera es una fotografía, lo que estamos viendo es una visión de la nube, de la montaña, árbol, de la fotografía, lo que estamos viendo es pintura. Una pintura donde se puede intuir, diáfano y efímero, el eterno e ininteligible misterio escrito en las nubes.

Texto de Ernesto Utrillas Valero para el catálogo Instantes fugaces de Fernando Romero, exposición que se ha podido ver en las salas de Ibercaja en Logroño (diciembre 2010-enero 2011) y Zaragoza (mayo-junio 2011)

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Ver catálogo.

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